Lo que me dijo Caribbean Fantasy

 

 

 

 

 

 

 

Por: Jenny Torres
Investigadora Social, Ciudad Alternativa.
Santo Domingo, República Dominicana.

Reflexiones realizadas en el cine fórum del Ciclo de cine de salud mental celebrado del 7-10 de octubre del 2021  del documental Caribbean Fantasy de la directora Johanné Gómez Terrero presentado el 9 de octubre. 

Caribbean Fantasy logra ubicar casi sin mediar palabras, todas las dimensiones del riesgo planteadas por Wilches Chaux, asociadas al contexto que está presente en los días de Rudy. Ese hombre taciturno, ese ciclo repetitivo de su vida, el compromiso con su madre y su tormentosa relación con Morena, esa mujer que bajo el mito de la salvación está “remando” su vida con todos los infiernos que le atraviesan.

 

Wilches Chaux nos plantea la existencia de un conjunto de vulnerabilidades que a veces se conjugan en un mismo territorio y condicionan las posibilidades de las personas y familias que residen allí. El conjunto de estas dimensiones: natural (el ambiente, temperatura), física (ubicación riesgosa), económica (inversión estatal e ingreso per cápita), social (cohesión de las comunidades), política (centralización de las decisiones), técnica (calidad de la infraestructura), ideológica (así lo quiso dios), cultural (imaginarios sociales), educativa (preparación), ecológica (modelos de desarrollo destructivos) e institucional (burocracia), dan cuenta de lo que el autor ha bautizado como vulnerabilidad global. Y precisamente la vida de Rudy resume ese conjunto de vulnerabilidades que lo colocan muy lejos de esa “fantasía” paradisíaca que se presume sobre El caribe. 

 

La expresión de su rostro, la estructura de su piel domada por el sol, transmite una sensación de ahogo y angustia. No quiero decir con esto que Rudy sea infeliz o esté triste. Solo que Rudy cuando rema, arrastra con el agua un conjunto de pensamientos que le cuentan de su vivienda que es un tratado de déficit habitacional y ya de antemano sabe que lo reunido (en su oficio) será como chiste en velatorio: fuera de contexto y solo servirá para evadir brevemente el dolor. 

 

La escena de la inmensidad del Ozama es hermosa y horrenda. Es a la vez salvación y condena. Salvación porque la dimensión física del territorio es lo que paradójicamente hace que sea posible construir un hábitat allí. Esas características de “margen” hace que esté al alcance de ese gran conjunto humano sin ingresos suficientes para lo que solemos llamar vida digna. Condena porque allí la vida es un hilo, una ruleta. Un azar que va marcando desde el día uno de la vida todas las incertidumbres que produce vivir sin derechos. Todo en esos hábitats está negado. 

 

Es un ambiente en donde todos los sentidos son alterados sin remedio. Abres los ojos y enseguida te convences de que de nuevo comienza la pesadilla. Porque por más que se quiera endulzar y romantizar la pobreza, dudar cada día de si habrá cena no es nada lindo. Que la alegría sea la noticia de que “alcanzó”, es una felicidad con sabor a guillotina. 

 

“Estas personas son sucias y ellos contaminan el río”. Golpea ese olor del río tan intervenido por los propios desechos y los desperdicios de las fábricas, con las continuas “amenazas” de saneamiento que han contribuido a la culpabilización que nosotros, ubicados “arriba del puente” hacemos de las personas que moran en las cuencas. El río está sucio porque a los pobres “les gusta” vivir ahí. Esos imaginarios que propagamos y nos hace cómplices de la violencia estructural producida por la inmensa desigualdad que caracteriza nuestro país.

 

El propio despertar inicia en desventaja con la lucha por el agua para el aseo, sin dudas de que no será de la llave, sino con ese sabor a “guardado” en una lata, un tanque o una cubeta. Con suerte tendrás dentro del espacio vital aunque muy probablemente haya que buscarla en el patio o donde algún vecino solidario. 

 

Si hay, pues al desayuno. Probablemente sea solo café. Y le toca abrazar el remo o la olla o el saco o el triciclo con la lucha entre las tripas. 

 

Y así otro día que inicia el concierto del remo golpeando el agua, que poco hará que se pueda sentir la diferencia entre un día y otro. Tal vez la visita de Morena, el día de la gallera o la noche de cervezas aporte ese alivio necesario, ese escape que sustituye las posibilidades de realización. 

 

Y es que el futuro en realidad no existe. No ese futuro que nosotros hablamos y planificamos. La idea de futuro es demasiado confusa y de corto plazo. Y me parece que, tal vez sin intención, el documental acierta en la forma en que retrata ese ciclo interminable de Rudy que transita entre la angustia, la resignación, los gozos efímeros. Pero sobre todo la angustia de ese remar que él sabe que será interminable. Hoy con los brazos, porque puede, porque es fuerte. Pero mañana… cuando la biología actúe, remará con otros oficios, pero él sabe que por siempre y para siempre tendrá que remar.

 

Rudy tiene un futuro que le depara una subida interminable de la cama  cada vez en más blocks: “yo tengo 4 blocks y subo la cama más para arriba”. Y sí, porque veo “Rudys” subiendo camas en blocks en cada temporada ciclónica. Con 20, con 30, con 40, con 70, con 90 años. Y es una espiral interminable. Y esa espiral les lleva al cielo o al infierno o les devuelve a la tierra según la creencia espiritual que uno quiera utilizar. Pero les condena incluso a una muerte indigna. Porque es una muerte en varias vertientes. Porque la estructura política, social y económica en la que vivimos ignora con premeditación y alevosía las necesidades de políticas públicas de los sectores, comunidades, barrios, espacios que están en el margen. 

 

Porque empujar la gente hacia el margen es de por sí una primera decisión que coloca a la persona en condición de pobreza (o cualquier eufemismo que la nueva jerga de los organismos internacionales invente para no nombrar la injusticia social imperante), apartada de la sociedad. Es un sentido de no pertenencia que martilla por segundos, que camina por el torrente sanguíneo, que ocupa cada poro y eso necesariamente condiciona absolutamente cada etapa de la vida de las personas. No lo puedo nombrar desde la salud mental porque no es mi área de conocimiento. Pero si que socialmente hablando utilizando la mirada de Bourdieu, es una condena invisible a solo poder estar (estar en el sentido de pertenecer, sentirse pleno) en un espacio físico determinado que ha sido condicionado el espacio social. 

 

No es que quiera ser fatalista, pero las opciones presentes están planteadas para ejercer de manera continua esa violencia estructural, estatal (como ese conjunto completo en la que incluso nosotras somos parte). Esa condición material, que no es coyuntural, por la vía de la persistencia ha construido un conjunto de pobrezas (en el sentido de Max Neef), que al persistir, planteaba Max Neef, crean patologías que complejizan la existencia. Muy importante ese planteamiento porque eso marca que la intervención a nivel de políticas públicas TIENE que trascender lo material y tocar las necesidades de ser, estar y hacer. Y eso va más allá de contar pobres o mirar la desigualdad por un gini. 

 

La vida de Rudy es como una serie que nunca terminará, porque tiene capítulos infinitos en toda la geografía nacional. No hay temporada final. No se ha escrito ese guión. Desde La Altagracia hasta Monte Cristi. Desde Pedernales hasta Samaná. Desde Peravia hasta Puerto Plata. Son fuentes que parecen interminables de capítulos que cuentan tantos Rudys, tantas Morenas, Jaqueline, Batata, Alejandrina, Alvida, Ambriorix, Daerking, Daniela, Denia, Erotilde, Federico, Ferlina, Flor, Lourdes, Luis, Merizier, Melva, Milo, Reyita, Segunda, Selinia, Severina, Shanelis, Virgilio, Yassoni, Yenirsa, Xiomaili. Personas concretas, con vidas que se rompen de a poquito y que de alguna manera que una no se explican, se pegan entre todas sus piezas porque no hay forma de caminar dentro de ese hábitat sin el colectivo, sin el tejido social, sin ese acompañamiento que nace del amor a la otra persona.

 

Caribbean Fantasy es una oportunidad de conocer, sin victimizar, la cotidianidad del barrio que miramos desde un “arriba” vejante y que retrata una interioridad de ganas, deseos, complejidades, aspiraciones, luchas. Es una oportunidad de resignificar esa mirada cosificante del “pobre” que produce la visión estadística. Invita a apoyar el grito desesperado y con carácter de urgencia, por el diseño de políticas públicas que atiendan, claro está, esas necesidades materiales imperantes, pero que también deben integrar esas necesidades del “ser”, que superan el comer y que tendrían que orientar el alcance de la felicidad.